Mi hijo tenía solo ocho
años. Estaba cenando y protestó porque
no le gustaba el pescado. Su abuelo censuró su actitud recordando su
propia niñez. “Cuidaba un rebaño de ovejas y mi dieta para todo el día era un trozo duro de pan y una loncha de tocino revenido, bastante peor que el que tu
madre utiliza para les fabes o los garbanzos”.
Mi hijo levantó la
vista del plato y preguntó ¿mamá a que eso no es verdad? Me reí y traté de
explicarle, en una versión infantil acorde a su edad, la historia de su abuelo.
Un niño extremeño que, pese a estar rodeado de fincas con trigo, melones,
olivos, tomates, higos, melones, sandías… pasaba literalmente hambre. Un
adolescente que tuvo que emigrar de su tierra para labrarse un futuro.
Contada la historia y
conmovida por la cara triste de mi hijo traté de quitarle un poco de dramatismo
a la situación que se había generado. Le di un beso y afirmé con contundencia
que “la historia de su abuelo pertenecía a un pasado muy lejano en el que habían
pasado cosas muy injustas que ya nunca se iban a repetir”.
Hoy, una década más tarde,
no me atrevería a decir lo mismo. El presente de muchas personas se está
empezando a parecer al pasado de nuestros padres y el futuro, al menos el
inmediato, es cada vez más incierto para
una gran mayoría. Muchas personas comen y se cobijan bajo un techo hoy, pero no
saben si podrán hacerlo mañana.
Decía Roosevelt que «la
prueba de nuestro progreso no es si añadimos más a la abundancia de aquellos
que tienen mucho; es si proporcionamos suficiente a aquellos que tienen
demasiado poco». Es más que evidente que, poco a poco, retroceso a retroceso,
se está configurando una sociedad totalmente dual. Apenas queda espacio para
una clase media. Una esquina confortable está ocupada por los poderosos, los
de los grandes sueldos y gran patrimonio; el resto del sitio por los que tienen
muy poco o incluso ya nada.
Y de cita en cita, recurro a Mario Benedetti para hacer mías algunas de sus palabras: "Cuando
creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las
preguntas." Nuestra sociedad llevaba años experimentando cambios profundos
que habían generado un entorno más equitativo y justo. Iniciativas como la Ley
de Dependencia, el Salario Social Básico
etc son algunos ejemplos de ello. Una mayoría nos preocupábamos,
solidarizábamos y aportábamos para ayudar a las personas que carecían de
recursos económicos suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Hoy,
desafortunadamente, se están invirtiendo los porcentajes. Cada día son más los
que tienen necesidades básicas sin cubrir y las políticas neoliberales
lideradas por Alemania y seguidas con total sumisión por España no un buen
presagio para que esto cambie a corto plazo.
Cada vez que Soraya
Saenz de Santamaría, acabada la reunión del Consejo de Ministros, da a conocer
medidas nuevas de ajuste y las define como “inevitables” me da ya la risa y
pienso: esta gente eleva a categoría de verdad absoluta la ironía de Groucho
Marx cuando dijo aquello de que “la política es el arte de buscar problemas,
encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios
equivocados”.
No sé si volveremos a
la dieta de un trozo de pan con una rebanada de tocino para todo el día, pero
sí sé que no puedo decirle a un niño que eso pertenece a un pasado lejano e
injusto que no volverá a repetirse. Los fantasmas del ayer merodean sin
descanso a nuestro alrededor y, parafraseando a Martín Luther King, “lo
preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los
buenos”.
Como hoy me ha dado por
las citas concluyo con una de Mariano José de Larra. “El corazón del hombre
necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer.”
Mayoritariamente se está empezando a creer que todo lo que está sucediendo es
inevitable y eso es realmente preocupante para la democracia.
Es cierto que hay cosas que comienzan siendo inevitables pero me niego a caer en la desesperanza y pienso que de esto tenemos que salir hechos mejores personas, más solidarios y con valores humanos que fuimos perdiendo en el camino y que creo que es necesario recuperar. Me niego a pensar que a mi nieto le voy a dejar un mundo peor. Distinto, si. Pero no peor. Morgana
ResponderEliminar