Mi hijo acaba de
aprobar el examen teórico del carné de conducir. Estoy contenta y me parece un
gran día. Puedes pensar que con poco me conformo; pero detrás de algo tan
simple hay algo mucho complejo a lo que llevo dándole vueltas desde ayer y que
me gustaría compartir en este blog. El asunto tiene mucho que ver con un tema
de rabiosa actualidad, con el mal llamado proyecto de Ley Orgánica de Mejora de
la Calidad Educativa.
Mi hijo, por avatares
varios, porque en estas cuestiones nunca hay un solo culpable ni una sola causa,
no ha sido, hasta la fecha, muy buen estudiante. Como muy bien expresó un profesor
suyo del Instituto Jovellanos en un momento determinado de su vida decidió
declararse “insumiso de los estudios” y desaprovechó demasiado el tiempo.
Acabó, a trancas y barrancas, consiguiendo el título de la ESO y acaba de
finalizar un ciclo de F.P, grado medio, de comercio.
Entre una y otra, hace
más de un año asumió la responsabilidad de entrenar un equipo de fútbol
infantil y, para mi sorpresa, esto parece haberle hecho mucho bien, porque ha
adquirido una capacidad de reflexión crítica que no deja de sorprenderme día a
día. Consciente de sus errores, parece haberse animado a buscar cauces que le
permitan recuperar el tiempo perdido y anda ilusionado con superar la prueba de
acceso que le permita enlazar con un grado superior de Formación Profesional.
Adolescente provisto de
buena retórica y no pocas capacidades psicológicas para engatusar a su
interlocutor, sobre todo si se trata de una madre, yo le escucho con optimismo,
pero también con la necesaria precaución
y reserva a la que te obliga la experiencia del pasado. Sólo el nerviosismo que
le invadió en la noche de ayer y la madrugada de hoy, logró realmente convencerme
de que algo había cambiado en el espíritu rebelde de mi hijo, en esa guerra sin
cuartel que, con 13 años, decidió declararle a los estudios.
“Mamá, estoy muy
nervioso. Tengo nervios en el estómago y nunca me había sentido así”, me dijo.
Y yo le respondí: “tranquilo son los nervios típicos de quien se ha implicado
de verdad. ¿Te das cuenta que nunca antes te habías sentido así ante un examen
del instituto?”. Me respondió: “mamá, de verdad, que he cambiado, ya verás como
enlazo con un módulo superior de Formación Profesional y quién sabe si no
acabaré estudiando Magisterio”.
Y yo le creí y me sentí
terriblemente feliz. Pero inmediatamente pensé en el impresentable Ministro de
Educación y en la inminente Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa y no
pude evitar entristecerme. Quizás mi hijo, por plazos de aprobación y entrada
en vigor de la misma, llegue a tener
suerte y pueda tener al menos la
posibilidad de enlazar con la Formación Profesional de grado superior.
Pero aunque fuera así no
me sirve de consuelo porque pienso en los miles de casos similares, en los adolescentes
que en estos momentos, con 13 o 14 años, estén comportándose como lo hizo el
mío y no puedo evitar estremecerme al pensar que para ellos, con esta Ley en la
mano, las oportunidades de enmendar errores de adolescencia van a ser muy
escasas.
La Ley que nos han
diseñado segrega y excluye desde edades demasiado tempranas. En 2º y 3º de la
ESO ya se decide entre aptos y no aptos,
tomando decisiones que, desde mi punto de vista, pueden llegar a ser un tanto
precipitadas y en muchos casos terriblemente injustas.
En nuestro país,
ateniéndonos a la Constitución, las penas privativas de libertad para alguien
que delinque deben estar orientadas hacia la reeducación y la reinserción social.
Pues bien, a mí se me antoja que con Ley del Ministro Wert miles de
adolescentes de este país serán peor tratados que los delincuentes, ya que un
error temprano puede cerrarles definitivamente la puerta para progresar
personal y profesionalmente al no dejar cauces posibles, aunque realmente
quieran, para enmendar un transitorio fracaso escolar.
Hasta aquí mi
experiencia y mi reflexión. Si piensas como yo, di NO a esta Ley.